obras
PUTAVIDA
2021
“—Estoy preocupado por el futuro del Universo.
¿Tú sabes lo que es un agujero negro?
—¿Un agujero negro?
¡Cómo no lo voy a saber, si yo vivo de eso!”
(Conversación entre Lenny y una prostituta,
película Deconstructing Harry, de Woody Allen, 1997)
Todo lo sustantivo de la palabra “puta” se transfigura al adjetivarse. Cuando va precedida de un “hijo de”, suele arrojarse como el insulto más socorrido. Nadie quiere ser el resultado de la vida de una puta. Pero todos ansían vivir como la puta madre.
En sus orígenes el término sirvió para nombrar a muchachas y chicos que, por su juventud, podían ofrecer encantos. Pero el vocablo también se usaba para aludir a lo podrido, lo maloliente, lo corrupto. Cualidades endilgadas entonces a las meretrices como escarnio por trabajar con el sexo. Sexo, que en la actualidad es casi una bandera. A veces, incluso un mandato. Hoy las palabras que lo nombran, ya no se sienten tan atrevidas, ni trasgresoras.
Desde esas paradojas se construye Putavida, la desconcertante serie de intervenciones gráficas que le permiten a Gonzalo García Callegari reanimar el soporte de publicaciones pornográficas de antaño. El resultado es un cambalache visual, donde lo carnal convive con el juego. Y el juego con la reflexión. Imágenes abiertamente sexuales se ven interceptadas por otras más bien lúdicas, casi pueriles en sus connotaciones. Como si en ellas se evocaran las fantasías reprimidas de la infancia.
La niñez del artista, sin duda, pero también la del erotismo (post)moderno: es revelador el que en todas las variantes de este repertorio amplio sean siempre gráficas vintage las que se ofrecen como trasfondo y materia prima esenciales. Casi como una nostalgia de tiempos idos en los que el sexo poseía aún el aura incitante de lo tabú.
Ese irresistible encanto de lo prohibido es sin duda lo que emerge en aquellas obras donde García Callegari reproduce escenas de prostitución tomadas de antiguos comics adultos, para luego recubrir sus elementos más explícitos. Como los clásicos cintillos negros, pero ahora transformados en sorprendentes cebras en distintas poses y tamaños.
La perversión deviene casi un divertimento. Como cuando se interponen diminutos gimnastas multicolores sobre orgías fotográficas en sepia. Deportistas compiten con amantes, rivalizando en poses y retorcimientos. También conceptuales.
Mens sana in corpore sano: es significativa la frecuencia con que estas obras yuxtaponen archivos lascivos con pasatiempos concebidos para medir o estimular capacidades intelectuales. Una serie entera se basa en fotografías antiguas de cuerpos enredados como si fueran una gran “Sopa de Letras”, ese término también usado para denominar los populares “Pupiletras”. Pero aquí vocales y consonantes se entrelazan sobre las pieles para configurar sentidos ominosos a la vez sexuales: “deseo”, “muerte”, “hedonismo”, “violencia”…
Lo erótico y lo tanático, articulado también en las “Palabras cruzadas” que otros cuadros ordenan sobre las anatomías explícitas de tiempos remotos. Tal vez la secuencia decisiva, sin embargo, sea la que opone el silencio de los textos a la obscenidad de lo demasiado visible. Son las obras que sobreponen a la flagrancia de pornografías añejas el recuerdo pintado de los “Geniogramas”, el más clásico y añorado de los crucigramas peruanos. Pero, a diferencia de las series anteriores, en estas representaciones precisas las letras no han sido aún inscritas. El pasatiempo se ofrece lleno de vacíos.
No todas las respuestas están dadas. El juego sujeto de los cuerpos estuvo siempre presente. El libre juego mental recién se inicia.
Putavida, importa decirlo, surgió en momentos en que la propia vida estaba en riesgo. García Callegari la elaboró como respuesta al gran luto y parálisis social derivados de la pandemia. En medio de la mortandad y el desconcierto, se abocó a un arte que vinculara el trabajo del duelo con el trabajo de sexo. Y a las prostitutas con las curanderas. De todo mal. Como doctoras del corazón. Como signos carnales de la supervivencia misma.
En una de las obras culminantes ocho grandes letras se superponen a igual número de rostros femeninos contorsionados por gestos de felicidad y de goce. Vistos en conjunto, esos grafismos configuran la gran palabra compuesta que da título a la muestra. Y así se nos revela que todas las retratadas —actrices, modelos, tal vez alguna bailarina— son unas putas.
En el Perú, solemos decir, se sufre, pero se goza.
Susana Torres
Artista y curadora de arte